Vanessa Episodio 1


La vida de Alfonso siempre estuvo marcada por circunstancias extraordinarias. La aventura y las situaciones límite siempre formaron parte de su vida hasta tal punto que incluso la manera en cómo vino al mundo fue en sí una odisea.

Allá por el año 2018 del calendario occidental, la situación en Venezuela era insostenible. La dictadura, la falta de insumos básicos para vivir, el desempleo, la violencia y la inseguridad en las calles empujaron a muchos venezolanos a iniciar un éxodo nunca antes visto por esas partes del planeta. Cientos de miles cruzaron la frontera con dirección a Colombia, para luego seguir a Ecuador o Perú, algunos se iban quedando en estos países, otros iban aún más al sur a Chile o Argentina.

La crisis humanitaria era muy grave, niños, mujeres embarazadas, ancianos y enfermos viajaban incluso a pie y en condiciones inhumanas como prefiriendo morir en el intento antes que quedarse en su país esperando una muerte segura debido al hambre o a los altos niveles de violencia e inseguridad.

Vanessa era una mujer guapa de 29 años, embarazada de siete meses. Viajaba en autobús sola, acompañada de un grupo de mujeres, hombres, niños y ancianos con dirección a la ciudad de Huaquillas en Ecuador, una ciudad fronteriza con Perú y en donde se iniciaría el último tramo de su viaje con dirección a Lima, su destino final.

Atrás quedaban los recuerdos de aquella fatal noche en su natal Caracas cuando, debido a una infección que puso en peligro su embarazo, su esposo salió a buscar antibióticos en el mercado negro y nunca regresó. Su cuerpo fue hallado con varios disparos en el cuerpo al día siguiente, despojado de sus pertenencias y habiéndose llevado el poco dinero que le quedaba y las medicinas que había comprado.

El dolor de su pérdida era el equipaje más pesado que llevaba junto con las pertenencias de toda una vida en una pequeña maleta. No tenía pues nada, lo había perdido todo, y estaba resignada a ello. Su tesoro más preciado lo llevaba en su vientre, y lo protegería a toda costa.

  • ¿Estás bien? – le preguntó un viejo que estaba en el asiento de al lado
  • Tengo nauseas, este autobús se mueve mucho y la altura me ha chocado creo
  • ¿Cuánto tiempo llevas?
  • Llevo siete meses y medio ¿sabe por dónde estamos?
  • Estamos pasando por Riobamba, todavía nos faltan siete horas de viaje…
  • ¡Que ladilla! Al menos el viaje es directo hasta Huaquillas ¿usted cómo llegó a Quito para agarrar este autobús?
  • Yo vine con mi hijo y mis nietos, pudimos pasar Colombia en carro hasta la frontera con Ecuador, pasamos por la ciudad de Tulcán, luego fuimos agarrando algunos autobuses y a veces hemos caminado, y así hasta Quito ¿Tu viajas sola?
  • Si… yo tuve la suerte de que unos amigos colombianos me ayudaron para atravesar su país hasta Ecuador, luego he seguido sola en carro hasta Quito ¿Dónde están su hijo y sus nietos?
  • Ellos salieron en el autobús de ayer, ya no había sitio así que le dije a mi hijo que vaya el primero, ¿es niña o varón?
  • Niña…
  • ¿Y ya has pensado en un nombre?
  • Pues – con lágrimas que llenaron sus ojos – no lo sé, con su papá aun no habíamos pensado el nombre, él ni siquiera pudo saber que iba a tener una mujercita…

El viejo ni siquiera se tomaba la molestia de preguntar detalles sobre cómo había ocurrido la perdida de Vanessa, todos en ese autobús habían pedido a alguien, era como un acuerdo tácito, se hablaba más sobre el porvenir y nada sobre el pasado.

El autobús era viejo y el número de pasajeros excedía claramente lo permitido por la ley, pero así viajaban todos. El negocio de transporte de venezolanos había florecido en los últimos 2 años y si se podían maximizar las ganancias, infringir la ley no importaba.

Las horas fueron pasando y la noche cayó ante una Vanessa que tenía dolor de cabeza y temblaba de frio, síntomas de una fiebre que venía incubando desde hace varios días. Vanessa tenía problemas en los riñones que le causaban infecciones regularmente. Desde el inicio de su embarazo había tenido un episodio, aquel fatídico episodio que desencadenó la muerte de su esposo y que para suerte suya pudo controlar gracias a la caridad de sus vecinos que, al enterarse de lo sucedido, hicieron donativos para comprar antibióticos.

El viaje sería largo hasta llegar a Huaquillas.

Eran las tres de la madrugada cuando el autobús llegó a su destino. Vanessa estaba tomando una chicha bien fría con su esposo en un día soleado en el campo cuando el ruido seco de los frenos la trajeron de vuelta a la realidad. Se despertó con una sensación de malestar general. Tenía fiebre, pero las ansias de terminar un viaje de dos semanas y comenzar una vida nueva al otro lado de la frontera eran más fuertes que unas cuantas bacterias reproduciéndose en sus riñones.

Cientos de sus compatriotas ya hacían cola para pasar el control migratorio en la frontera. Solo quedaba esperar pacientemente. Así pasaron las horas hasta que fue el turno de Vanessa.

  • Documento por favor – Dijo la funcionaria que atendía en el puesto de control. Su mirada era vacía y su voz monótona.
  • Aquí tiene, ¡muchas gracias por recibirnos! ¡Que Dios la bendiga! ¡Esta es una nueva oportunidad para mí y para mi hija!
  • ¡Siguiente! – Dijo la funcionaria que llevaba veinte horas despierta y que había escuchado cientos de historias y agradecimientos. Ella estaba haciendo su trabajo y lo intentaba hacer de la manera más eficiente dado el enorme volumen de personas y no podía permitirse sentimentalismos. Desconcertada por la actitud de la funcionaria, Vanessa solo atinó a sonreír nerviosamente y continuar con su camino. A los pocos metros dio media vuelta ante una voz que la llamaba.
  • ¡Señora Jiménez! – Dijo la funcionaria con voz enérgica pero siempre monótona
  • Si, ¿dígame?
  • Señora Jiménez ¿Cuánto tiempo de gestación lleva usted?
  • Siete meses y medio señorita
  • Usted está pálida. Diríjase a uno de los centros de salud que hemos puesto a disposición. Que le hagan un chequeo – Siempre con la misma voz robótica.
  • ¡Muchas gracias! Así lo haré
  • Vaya con cuidado… ¡Siguiente! – Dirigiéndose al siguiente en la fila.

Vanessa prosiguió con su camino, había entrado a Zarumilla, un distrito de la ciudad del mismo nombre en el departamento de Tumbes. Por fin se encontraba en Perú.

El gobierno peruano había declarado en emergencia sanitaria los distritos de Aguas Verdes, Zarumilla y Tumbes debido a los miles de venezolanos que habían cruzado la frontera en los últimos meses. La situación era caótica y el gobierno no se daba abasto para gestionar la situación.

Zarumilla es un distrito pobre que vive de la pesca y del comercio informal. En otras épocas el comercio ilegal de mercancías entre Perú y Ecuador daba de comer a muchas familias, sin embargo, desde que construyeron el muro que separa a los dos países esta actividad disminuyó cortando una fuente de ingreso para muchos Zarumillanos. A esta situación precaria se suma la falta de infraestructuras y servicios básicos como agua potable y desde hace varios meses, la llegada de miles de inmigrantes venezolanos que hicieron que la ciudad colapse.

Vanessa iba caminando, buscando el centro de salud difícil de ubicar entre miles de personas que habían invadido las calles, parques y plazas. No se sentía bien, la fiebre había aumentado, sentía náuseas y un dolor en la parte baja y alta de la espalda. Eran síntomas claros de una infección al riñón.

Su vida corría peligro.

En estas circunstancias Vanessa caminaba apenas. El dolor era cada vez más intenso, parecía como si un fierro caliente la atravesara por la espalda. La ilusión que sintió al pisar suelo peruano se transformó en miedo a morir. Su cruda realidad le dio una cachetada para despertarla de ese sueño despierto que estaba viviendo. Su Venezuela querida le estaba recordando que su vida en realidad no estaba cambiando, las calles sucias de Zarumilla de pronto le recordaron las calles de su barrio en Caracas, la visión de la gente en las calles de pronto la hicieron regresar a su patria. Esa patria secuestrada por un tirano que la había despojado de sus sueños y que parecía no querer dejarla ir.

Un sentimiento de angustia se apoderó de ella, sentía que su vida no valía nada, lo había perdido todo, su casa, su trabajo, su esposo y estaba a punto de perder su propia vida y quizás la de su hija. En su desesperación en medio de la muchedumbre y sacando fuerzas de la ira que llevaba dentro, gritó.

  • ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!¡Hijos de puta! ¡Chávez! ¡Maduro! ¡Me lo quitaron todo! ¡Hijos de puta todos! ¡Mal nacidos! ¡Han jodido mi patria! ¡Han jodido mi vida! ¡Mientras ustedes viviendo como reyes jodiéndonos a todos! ¡Robándonos! ¡Matándonos de hambre! ¡Lo he perdido todo! ¡Me lo quitaron todo! ¡Putosssssss!

Enseguida Vanessa perdió el conocimiento. Iris nació prematuramente a los siete meses y medio de gestación. Su madre, Vanessa Jiménez, falleció en el quirófano debido a una septicemia producto de varios días de infección sin recibir tratamiento. Vanessa luchó con todas sus fuerzas por su vida, pero todo fue en vano. Como un último reflejo antes de dejar este mundo les dijo a los médicos el nombre que había elegido para su hija. Ese sería su único legado. Su historia, su pasado y su familia habían sido tragados por el tirano que gobernaba su querida patria. Iris pues, vino a este mundo sola.


Submit a comment