Fue el 18 de marzo de 2043 en Las Mercedes, un pueblito pequeño perdido en la cordillera de los andes peruanos a más de 3000 metros de altura sobre el nivel del mar, en donde vine al mundo. Mi madre, Iris, caminó más de 100 kilómetros en medio de las montañas buscando abrigo y un lugar en donde dar a luz. Aquella noche, mi madre llegó al pueblo y no encontró a nadie, hacía muchos años que nadie vivía allí. Las Mercedes, que en sus mejores épocas llegó a tener 100 habitantes, era uno de los tantos pueblos desperdigados en la cordillera peruana en los cuales casi todos sus habitantes habían emigrado hacia las ciudades de la costa o a Lima en busca de mejores oportunidades.
Estaba exhausta y al borde del desmayo. Se había resignado a su propia suerte cuando de pronto a unos 900 metros más abajo a lo lejos pudo vislumbrar una casa de piedra con una luz encendida al interior.
Sacando sus últimas fuerzas, bajó la montaña y caminó hacia la casa en donde se encontró con una pareja de viejos. Era una pareja de pastores que había decidido quedarse en el pueblo a cuidar de los pocos animales que aún quedaban. La suerte quiso que mi madre se encontrara con ellos y que hayan podido ayudarla y ocuparse de ella durante el parto.
Esa noche abrí mis ojos al mundo.
Lo primero que hizo mi madre fue mostrarme las estrellas, los planetas y las constelaciones bajo el cielo estrellado de las montañas. Me puso contra su pecho como si no quisiera dejarme ir, me abrazó muy fuerte, aún puedo sentir su calor y olor como si estuviese a mi lado ahora mismo. Me contó sobre ella, sobre mi abuela Vanessa a quien ella nunca conoció, me contó también sobre Jaime, sobre la vida que había llevado, sobre mi padre al cual nunca conocí y las razones por las que se alejó de él. Me inyectó su hambre de conocimiento y su curiosidad sobre el universo y la vida. Pero también me transmitió su vacío, aquel vacío que buscó llenar escapando a las montañas en búsqueda de las respuestas a las preguntas que la perseguían desde niña.
¿Quiénes somos? ¿Por qué existimos? ¿Qué hay más allá de este Universo?
En su delirio por encontrar las respuestas se había unido a un grupo de personas que vivían de manera aislada en las montañas peruanas que se hacían llamar Runa. Ellos habían retomado el estilo de vida de los antiguos peruanos, trabajando la tierra, de manera colectiva y en armonía con la naturaleza. Eran hombres y mujeres que de manera voluntaria habían decidido alejarse del mundo moderno y criar a sus hijos con otra mentalidad para evitar continuar hiriendo al planeta y buscar un equilibrio natural entre el hombre y la pachamama.
En ese grupo mi madre conoció al hombre que fue mi padre. Ellos vivieron una historia intensa, se amaron de verdad y estaban muy comprometidos con la causa de Runa, hasta que mi madre se enteró de mi llegada y repentinamente sus prioridades cambiaron nuevamente.
Un nuevo vacío se instaló en ella.
Mi llegada puso en tela de juicio su propia existencia. ¿Quiénes somos? ¿Por qué existimos? ¿Qué hay más allá de este Universo? ¿Qué sentido tiene buscar respuestas a esas preguntas si dentro de unos meses tendría que ocuparse de un nuevo ser humano? ¿Estaba dispuesta a sacrificar su búsqueda para ocuparse de mí? ¿Estaba ella destinada a no encontrar esas respuestas para garantizar la supervivencia de la especie? ¿Estaba el ser humano destinado a nunca tener tiempo para dedicarse a buscar esas respuestas? Tener una familia, tener hijos, tener un trabajo, conectarse al mundo, era equivalente a perder su individualidad y entrar en la rutina como todos los demás. Nuestra sociedad parecía estar diseñada para no dejarnos libres y pensar. Runa era un grupo de seres humanos que buscaba la armonía entre el hombre y la pachamama. Eso la mantuvo ocupada durante un tiempo, pero en el fondo ellos tampoco se interesaban en hallar las respuestas a esas preguntas.
Mi padre estaba más interesado en los rituales de la pachamama y la agricultura sostenible que en saber si la vida tenía algún significado o si el universo tenía un destino para todos nosotros. Así pues, ese nuevo vacío fue creciendo más y más en ella. De pronto el vacío se transformó en miedo. Después de todo el mundo moderno tenía sus ventajas y su norte apuntó repentinamente hacia mí y su temor con respecto a mi sobrevivencia. Ella no estaba dispuesta a perderme en el parto como ocurría con otros de los integrantes del grupo que aceptaban las desgracias de ese tipo con tal de mantener un estilo de vida alejado de la modernidad.
De esa manera mi madre fue llevando un embarazo con muchas dudas con respecto a su propia existencia, a su propósito en la vida y a cómo afrontar su maternidad. Hasta que un buen día lo dejó todo una vez más y, estando a unos días del término, decidió dejar a mi padre para partir en una caminata de dos días hasta el pueblo más cercano con una posta médica. En el camino ella se perdió y terminó llegando a Las Mercedes.
Mi madre fue una mujer aventurera y su influencia fue muy fuerte en mí. Esa curiosidad por explorar, descubrir e investigar que ella me transmitió moldearon mi personalidad y fue por ello que elegí arqueología como mi profesión años más tarde. Yo continué la búsqueda que ella abandonó para ocuparse de mí. Su misión se convirtió en mi misión. Ella nunca lo supo, pero pude obtener las respuestas a las preguntas que la persiguieron durante toda su vida. Tampoco supo ni jamás se hubiera imaginado que su único hijo se revelaría millones de años más tarde como el creador del cosmos y el detentor de dichas respuestas y del conocimiento absoluto sobre el universo.
Al final, ella tomó una decisión que impactó el curso de la historia de la humanidad:
Dejó de ser Iris para convertirse en mi madre.